miércoles, 25 de junio de 2008

María, sacerdotisa de la Diosa


María la Peluquera llevó a Jesús a la puerta y luego, más allá de la entrada de la caverna de Machpelab, hasta un sitio rocoso cerca del cual se arrojaban las entrañas de las víctimas sacrificadas. Una manada de perros parias que husmeaba entre los huesos y la carne podrida dirigieron a la mujer un aullido de bienvenida y se sentaron, en hilera sobre sus patas traseras. Ella les ordenó silencio: los perros dejaron de aullar y gimieron suavemente. Luego se abrió paso entre los desperdicios hasta la pared rocosa y allí pronunció una plegaria propiciatoria en un lenguaje que Jesús desconocía, aunque sabía muy bien a quién invocaba. Maria tenía el oído junto a la roca, como sí aguardara respuesta. De pronto empujó con el hombro un saliente y una gran puerta de piedra giró sobre sus goznes. La luna brillaba de lleno sobre una pequeña cámara cuadrada, desde la cual una escalera curva descendía hacia las tinieblas.

Entraron juntos y la piedra se cerró con ruido a sus espaldas. María sacó de debajo del manto una lámpara encendida e indicó a Jesús que la siguiera. El aire olía bien, y los escalones, bajos y bien cortados, les condujeron, tras un largo descenso en espiral, a una nueva pared ciega. La mujer pronunció la misma plegaria y, después de escuchar y aguardar y repetir la plegaria, empujó la piedra que giró sobre sus goznes.

Estaban ahora en una cámara construida, en forma de colmena, de grandes losas de caliza sin tallar, con pinturas en rojo y ocre de espirales, dobles espirales, cruces gamadas, gamadas invertidas y relámpagos bifurcados. En el centro había un pilar de forma fálica y a su lado un par de esqueletos agazapados, uno sin cráneo, y entre ambos la cornamenta dorada de un antílope. De los tres nichos de la cámara, en el de la derecha no había nada; en el de la izquierda había dos vasijas rayadas de sacrificio, un trípode de marfil, y la máscara de un hombre pálido y barbado de mejillas hundidas; en el del centro se veía un arcón pequeño, con anillos para ser transportado con dos varas, chapado en oro y rematado por querubines dorados. Al frente se abría un túnel largo y estrecho que se alejaba hacia la oscuridad.



Rey Jesús, Robert Graves.

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