viernes, 30 de mayo de 2008

Vocación chamánica.

Durante su "enfermedad iniciática" el futuro chamán asiste a su propio descuartizamiento. Los demonios maestros de la iniciación cortan en pedazos su cuerpo, raspan la carne, dejan limpios los huesos. Forjan su cabeza: le dan una cabeza de chamán. Finalmente reunirán los huesos; los cubrirán de nuevo de carne.

Al escritor Patrick Harpur se le ocurrió la siguiente idea:

"Al oír hablar de la espantosa actividad laceradora y destripadora de los asesinos en serie fue cuando me acor­dé de la terrible iniciación de tantos chamanes. Empecé a preguntarme si los asesinos en serie no serían personas que tienen una vocación chamánica pero que, por alguna razón, han dado la espalda a esta llamada. Atormentados por los dáimones, que realizarían el imaginario desmem­bramiento que su vocación requiere, sólo pueden acallar­los desmembrando literalmente a una víctima tras otra".



jueves, 29 de mayo de 2008

Los curetes custodian a un niño.

Custodiado por los curetes, que bailan alrededor de su cuna entrechocando sus armas, Zagreo, el hijo que Zeus ha engendrado en secretro con Perséfone, se oculta en una cueva por voluntad de su padre. Pero los titanes lo atraerán con tretas a la entrada de la cueva y, a pesar de que el niño tratará de engañarlos adoptando diversas formas, en la última de ellas, la de un toro, se apoderarán de él cogiéndole por los cuernos y las patas. Lo despedazan con sus dientes y lo devoran. Sólo queda su corazón.

Robert Graves cree que el mito refleja un sacrificio anual que se había realizado en la isla de Creta: un niño reina durante un día; muere y es comido crudo.

Los órficos heredarían la tradición de este sacrificio; pero ellos no se comían a un niño, sino la carne cruda de un ternero.

Porfirio dice que los Curetes cretenses solían ofrecer sacrificios de niños en la antigüedad.

martes, 27 de mayo de 2008

Limones muy pequeños.

Ibn Washya nos ha transmitido en su Libro sobre la agricultura nabatea las costumbres de los campesinos de Mesopotamia, Persia y Egipto. El libro se ha perdido, pero según los fragmentos conservados, sobre todo por Maimónides, puede juzgarse sobre la naturaleza de las «supersticiones» que rodeaban la fertilización e injerto de los árboles frutales en el Cercano Oriente. Maimónides explica la prohibición existente entre los judíos de utilizar los limones de los árboles injertados con el fin de evitar las prácticas orgiásticas de los pueblos vecinos, que acompañaban necesariamente a los injertos. Ibn Washya —y no es éste el único autor oriental que se deja arrastrar por tales imágenes— hablaba incluso de injertos fantásticos y «contra natura» entre las diversas especies vegetales. (Decía, por ejemplo, que injertando una rama de limonero en un laurel o un olivo se conseguían limones muy pequeños, del tamaño de aceitunas.) Pero luego precisa que el injerto no llegaría a buen término si no se llevaba a cabo ritualmente y en una cierta conjunción entre el sol y la luna. Y explica el rito diciendo que la rama de limonero «debía hallarse en la mano de una joven bellísima, con la cual debía tener relación sexual, vergonzosa y contra natura, un hombre; durante el coito la joven coloca la rama en el árbol» . El sentido está claro: para obtener una unión «contra natura» en el mundovegetal se requería también una unión sexual contra natura de la especie humana.


Herreros y Alquimistas, Eliade.

Sacrificio a la diosa del maíz.




Festival de septiembre en honor a la diosa Chicomecóhuatl.












Entonces los dignatarios del templo tomaban a hombros las andas y, mientras otros balanceaban sus incensarios encendidos y otros más tocaban instrumentos o cantaban, la llevaban en procesión por el gran patio del templo al salón de Huitzilopochtli, regresando después a la cámara donde estaba erigida la imagen de madera de la diosa del maíz personificada por la muchacha. Allí la hacían descender de las andas y situarse sobre los montones de maíz y hortalizas que había desparramadas con profusión por el suelo de la cámara sagrada. Mientras estaba así erguida, los dignatarios y nobles llegaban uno tras otro en línea, llevando platillos con sangre seca y coagulada que ellos habían derramado de sus orejas como penitencia durante los siete días de ayuno. Uno tras otro se acuclillaban ante ella, equivalente de la genuflexión entre nosotros, y raspaban la costra de sangre del platillo para que cayera a sus pies, como ofrenda en devolución de los beneficios que, como personificación de la diosa del maíz, les confiriera. Cuando los hombres habían ofrecido tan humildemente su sangre a la corporeización humana de la diosa, las mujeres, formando una larga hilera, hacían lo mismo, acurrucándose ante la muchacha y raspando su platillo de sangre. La ceremonia duraba mucho tiempo, pues grandes y pequeños, jóvenes y viejos, todos sin excepción tenían que pasar ante la deidad encarnada y hacer su ofrenda. Cuando al fin terminaba esto, la gente volvía a sus casas con el corazón alegre a comer carne y viandas de toda clase, tan felices, se nos dice, como los buenos cristianos en la Pascua, cuando participan de carne y otros alimentos equivalentes después de la larga abstinencia cuaresmal. Después de comer y beber hasta rebosar y descansar bien de la noche pasada en vela, volvían enteramente repuestos a presenciar el final del festival en el templo.

Y el final era éste: estando ya reunida la gente, los sacerdotes incensaban solemnemente a la muchacha que personificaba a la diosa; después la tiraban de espaldas sobre el montón de maíz y demás granos, le cortaban la cabeza, recogían la sangre borbotante en una artesa y asperjaban con la sangre la imagen de madera de la diosa, los muros de la cámara y las ofrendas de maíz, pimientos, calabazas y granos de diversas clases y hortalizas amontonadas en el suelo. Hecho esto, desollaban el cuerpo descabezado y uno de los sacerdotes se embutía dentro de la ensangrentada piel de la víctima y, después, se vestía con todos los atavíos que la muchacha había llevado; le ponían la mitra en la cabeza, el collar de doradas mazorcas en el cuello, las mazorcas de plumas y oro en sus manos y, así ataviado, le exhibían al público, que bailaba al son de tambores, mientras él hacía de jefe de fila dando brincos y haciendo posturas a la cabeza de la procesión tan vivamente como podía, molestado y comprimido por la tirante y viscosa piel de la muchacha y de sus ropas, que debían ser muy pequeñas para un hombre adulto.









La Rama Dorada, Frazer

lunes, 26 de mayo de 2008

Hércules despellejado.

Deyanira ya no es joven, y queriendo mantener a su lado a Heracles resuelve hacer uso del remedio amoroso que, en su agonía, tras intentar violarla, le había proporcionado el traidor Neso: untó la camisa de sacrificios de su esposo con una mezcla de aceite de oliva y el semen y la sangre del moribundo. Luego le hace llegar la camisa a Heracles.
Heracles, vistiendo la camisa del sacrificio, está ofreciendo en el promontorio de Cenca una vacada de cien cabezas. La sangre envenenada de Neso se extiende ya por su cuerpo. Grita de dolor, derriba los altares, trata de arrancarse la camisa, que se le ha pegado a la piel. La carne sale con ella, los huesos quedan al aire, la sangre silba; Heracles sabe que va a morir. Lo llevan a hacerlo al pie del monte Eta, en Traquis: es el sitio señalado por el oráculo de Delfos como el lugar de su muerte.
Aún vivo, Heracles es quemado en una pira; su parte inmortal se irá a reunir con los dioses olímpicos.

domingo, 25 de mayo de 2008

El rey del bosque.



¿Quién no conoce La rama dorada, el cuadro de Turner? La escena, bañada en el dorado resplandor con que la divina imaginación del artista envolvía y transfiguraba hasta el más bello paisaje, es una visión de ensueño del pequeño lago del bosque de Nemi, llamado por los antiguos "el espejo de Diana" [Lacus Nemorensis, de 5 y medio kilómetros de diámetro, 30 metros de profundidad y 90 de farallones sobre el nivel de las aguas, es un cráter extinto y subsidiario del cráter Albano, al este del lago de este nombre.] Quien haya contemplado las quietas aguas encunadas en uno de los verdes repliegues de las colinas albanas, no podrá olvidarlo. Las dos aldeas italianas típicas, que dormitan en sus laderas, y el palacio, cuyos jardines en terraplén descienden hasta el lago, apenas rompen la quietud y soledad de la escena. Diana misma podría frecuentar aún la solitaria orilla; aún podría aparecer entre el boscaje.
En la Antigüedad este paisaje selvático fue el escenario de una tragedia extraña y repetida. En la orilla norteña del lago, inmediatamente debajo del precipicio sobre el que cuelga el moderno villorrio de Nemi, estaba situado el bosquecillo sagrado y el santuario de Diana Nemorensis o Diana del Bosque. Lago y bosque fueron denominados, en ocasiones, lago y bosque de Aricia, aunque el pueblo de este nombre (modernamente La Riccia) estaba situado unos cinco kilómetros al pie del monte Albano y separado por una pendiente del lago, que yace en una concavidad, a modo de cráter, en la falda de la montaña. Alrededor de cierto árbol de este bosque sagrado rondaba una figura siniestra todo el día y probablemente hasta altas horas de la noche: en la mano blandía una espada desnuda y vigilaba cautelosamente en torno, cual si esperase a cada instante ser atacado por un enemigo. El vigilante era sacerdote y homicida a la vez; tarde o temprano habría de llegar quien le matara, para reemplazarle en el puesto sacerdotal. Tal era la regla del santuario: el puesto sólo podía ocuparse matando al sacerdote y substituyéndole en su lugar hasta ser a su vez muerto por otro más fuerte o más hábil.

La Rama Dorada, Frazer.